Son las 7:15 de la mañana y suena mi primer despertador. 1 minuto más tarde suena la alarma del iPad. Es algo que decidí hace un par de días: levantarme a las 7.15 para poder tranquilamente levantarme y desayunar y a las 8 empezar a hacer el test diario en casa. Hoy me he levantado con mal pie. Puede que sea por el calor, por el vecino del 2º que estaba haciendo ruido con su móvil a las 3 de la madrugada o que estoy un poco cansado y necesito Domingo ya. O quizá todo a la vez. Total, que hoy sí que he notado eso de «antes de un café no soy persona». Imagino que mi cuerpo y mente se están adaptando aún al intensivo y que la semana que viene empezaré continuaré con más fuerza.
Estoy realmente contento de cómo he empezado, trabajando duro, haciendo caso a la academia e intentando aprovechar al máximo las horas que dedico a estudiar durante el día. Pero hoy quería hablaros de los días que te levantas con «mala ostia» y que te da una pereza increíble ponerte a hacer algo. Ahora, siéndote sincero me apetecería o: volver a la cama o mirarme 5 capítulos seguidos de una serie. Pero no lo voy a hacer. Voy a continuar haciendo el test de hoy (he hecho ya 10 preguntas) y una vez que me ponga a trabajar se que dentro de mí algo hará click y ya habré cogido el ritmo para el día. Evidentemente es mucho más bonito cuando digo cosas ultra motivado, cuando todo sale bien. Pero amigos míos, opositar o entrenar en centros de alto rendimiento (precisamente lo que estamos haciendo aquí) nunca es más fácil. Sólo que tú vas mejorando.
Y también, el hecho de exteriorizar la situación, de utilizar mi blog de forma terapéutica, el poder contárselo a alguien, aunque la respuesta no vaya a ser inmediata (y muy probablemente ni exista una) ya me hace sentir mejor, como quitarse un peso de encima. Tengo un mal día. O mejor dicho, he empezado mal el día. Lo acepto, desactivo el mal rollo que me estoy creando y sigo adelante. Sin parar.